La elegante decadencia
Esta bella ciudad, conocida como «París del Este», ha sido la capital del Estado Rumano desde su formación en 1862. Ubicada en las llanuras de Valakia, cerca del Danubio, es una agradable ciudad con muchas áreas verdes, parques espaciosos, avenidas anchas bordeadas de árboles, cafés y restaurantes con terrazas, y elegantes edificios públicos de los siglos XVIII y XIX.
Si algo caracteriza a este país, es que todavía no ha sido transculturizado, minado y despojado de sus señas de identidad por la llegada de la Horda. Y ese es seguramente, aunque existan otras razones, el principal motivo para visitar la Dacia de los Romanos, a la que los Rumanos llaman Rumanía.
Otra excelente razón son las buenas gentes, buenas de verdad, que lo son, del campo en su mayoría. Esto es: del Orbe y no de la Urbe, y cuando no lo son, con las inevitables excepciones, lo parecen. Lo parecen por su inocencia, por su cortesía, por su simpatía, por la ilusión con la que encaran su incierto futuro, y por las ganas de agradar.
Tranquilas calles adoquinadas, palacetes modernistas, y la pátina del tiempo y la desidia, convierten a Bucarest en una pequeña joya sin pulir, una bocanada de aire fresco en el cada vez más mercantilizado Este de Europa, y qué, con orgullo, y soportando el peso de su herencia comunista, ha logrado sobrevivir con elegancia al paso del tiempo.
Saludos de Xan McTouc, desde Bucuresti, Rumania - Abril 07, 2007
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